Aventurarse fuera es siempre un riesgo, tal vez menor que no hacerlo en casa. La decisión fluctúa entre el vértigo exterior y el interior. De la primera teníamos experiencia, no siempre buena, pero hecha costumbre, hábito adquirido. De la segunda prevalece la idea de la ignorancia. No había propiedad de esa circunstancia, ni manejo fiable. Ha cambiado la cartografía, nos han extirpado esa extensión del espíritu. Quédate en casa es el mandamiento primordial, pero tampoco tenemos instrucciones de eso. De la casa prevalece su atributo más razonable, siempre lo tuvo, el de servir de cobijo ante la adversidad o ante el destrozo de exponerse extramuros suya, en la jungla del asfalto. Salir será un triunfo de la vida y un fracaso de la convivencia. Me temo que será un caos, no me imagino qué instrucciones serán las que solventen las dudas. Habrá muchas, todas insólitas, paradójicas.
Empezar algo es fácil. Se toma idea de lo que está por venir, se predispone uno, toma la medida de lo previsto y hasta se da el beneficio de la inexperiencia, por justificar los errores, por no darles la importancia que tienen.. Pasa en todos los órdenes de la vida, también en esto de confinarnos. Estaré en casa mucho tiempo, no podré salir, tendré que ingeniármelas para ocupar el tiempo, buscaré con qué aliviar los momentos de debilidad, todas esas cosas, a veces todas a la vez. Peor que empezar algo es acabarlo. Estamos en la empresa salvaje de cerrar unas cosas y abrir otras. Dejar la casa. Probarse afuera. Ahí están las criaturas del mal. Hic sunt dracones: aquí hay dragones. En la antigüedad, se usaban monstruos a los que temer para cartografiar los territorios nuevos o sin explorar. Era la advertencia a navegantes. En cuanto salgamos, nosotros seremos los navegantes. Habrá dragones. Serán territorios que se nos habrán olvidado. Las bestias han emergido. No son las conocidas. Tienen otro perfil, carecen de volumen, ningún sentido las percibe, tan sólo apreciamos la devastación que causan. Hasta entra en lo posible que los dragones hayan hecho plaza en casa, los tengamos sin que se tenga noticia de ellos. Nos invaden con sibilina y artera eficacia. El aire está corrompido. Las palabras, incluso las más nobles, no combaten la pandemia.
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